¿Fin? Bien... no estoy segura de que los finales existan realmente, porque pienso que la vida es siempre una sucesión de eventos, pero si me adhiero al significado descrito en el diccionario, quizás sí que pueda señalarlo como el final de mi guerra personal.
Hace algún tiempo os describí mi denuncia penal. Fue desestimada en el Juzgado de Primera Instrucción porque el Juez consideró que había sido yo la que renuncié a la pensión de mis hijos inicialmente. En ningún momento tuvo en cuenta que el padre se comprometía a participar directamente en los gastos. Tras la pertinente apelación, el Segundo Juez dictaminó que no existía tal abandono por parte del padre porque los niños disponían de una madre que se apretaba el cinturón, pero que consegía sostener a los niños sin que les faltara nada sustancial para su desarrollo. Sí, sí... increíble pero cierto. Al menos en esta segunda ocasión me alentaban a iniciar un procedimiento civil para establecer una pensión.
No había nada ganado por adelantado. Ni siquiera estaba segura de que me aceptaran la demanda, pues no existe tal obligación si no se demuestra un cambio sustancial de las condiciones económicas tras el acuerdo de divorcio. No obstante, no me podía resignar a aceptar la situación sin luchar hasta el final. Así que una vez interpuesta la demanda, la magia de mi excelente abogada (rubia de ojos azules, no sé si tendrá algo que ver) operó.
Iniciada la negociación con el papá de mis hijos, él se opudo a darme nada. Pero ni siquiera quiso buscarse un abogado, así que fue la mía la que tuvo que aconsejarle... Aunque pagando yo, claro está.
En una de las sesiones de negociación, él pretendió estrujarme más... y entonces fue cuando salieron mis garras, la fiereza contenida desde el principio me hizo leer en voz alta cuatro reproches grabados en el fondo de mi corazón. Eso le hizo claudicar y acabar reconociendo que fue gracias a mis esfuerzos que los niños no quedaron traumatizados por la situación.
Claudicó hasta tal punto que reconoció que el acuerdo al que llegábamos era realmente mísero (250€/mes por los dos niños), pero que era la única manera de estar seguro que podría hacer siempre frente a sus obligaciones. Acepté.
Así que finalmente hubo acuerdo mútuo ratificado por el Juzgado, sin más. Ni vistas, ni justificantes, ni testigos, ni nada. Tan sólo un mísero acuerdo que se hizo esperar más de dos años.
El final de una guerra, al fin... creo que el principio de la paz.
martes, 25 de agosto de 2009
Fin de la guerra
La Respuesta
Al iniciar este blog, me preguntaba si existía la vida después del divorcio... bien, pues creo haber obtenido mi respuesta.
¿Existe de verdad? Sí, sí, os aseguro que existe. Lo he podido comprobar en mi caso y en otros tantos a mi alrededor. Si bien es cierto que algo se quiebra en nuestro interior que nos añade dificultades para caminar hacia nuestro futuro, como una mochila que se lleva siempre en la espalda.
Ahora estoy convencida de que el amor verdadero es efímero. En su auge, la fase de enamoramiento, es puro y cristalino, y sin embargo nuestras vivencias, a pesar de que lo refuerzan, también le dan opacidad. De hecho, sólo cabe constatar que cualquier cosa sumamente bella es frágil.
Todo depende de nuestro interior, de nuestros miedos, de nuestra valentía. Si se pretende alcanzar un amor sólido se deben franquear las barreras que surgen a nuestro paso... pero... ¿qué precio estamos dispuestos a pagar para conseguir nuestra meta?