domingo, 16 de marzo de 2008

Todo empezó en Enero de 2007 (III La pesadilla)

Todo fue relativamente bien al principio. Los niños se adaptaron bien a su nueva vida, su padre menos, y yo... yo no contaba, lo importante era que los otros estuvieran bien. Mis sentimientos quedaron aparcados.



Las visitas se fijaron en nuestro acuerdo como él quiso : un fin de semana cada quince días, una semana en Agosto y una en Navidad. No los quiso más porque decía que no tenía con quien dejarlos para ir a trabajar. Yo callé mi indignación y accedí. Pensé que con el paso del tiempo desearía verlos más a menudo.



Muchos me decían que debería estar contenta, pero yo no hacía más que pensar que no quería que los niños rompieran la relación con su padre. Me di cuenta que la reacción de la mayoría de mujeres era la contraria, pero siempre he pensado que los hijos deben estar con los dos progenitores, y él nunca fue un mal padre.



Pero él se hundía cada vez más.... perdió mucho peso, sus ojos cada vez contenían más ira, y empezó a traerme a los niños desprendiendo un fuerte olor a alcohol. Hasta que un día le dije basta. Me enfrenté a él diciéndole que estaba comportándose de manera irresponsable, que nunca se le había ocurrido conducir bebido y que ahora empezaba a hacerlo con los niños en el coche, que desde la separación no había colaborado ni un sólo momento con el mantenimiento de los niños : el choque fue brutal. Sacó el monstruo que había ido alimentando con el tiempo, me insultó me acusó de no haber pensado en los niños ni un sólo instante, me dijo que era una mala madre, que lo había abandonado como a un perro, que se lo había quitado todo...



Y le eché de mi piso. Le eché por miedo a que me levantara la mano. Le eché por que los niños lo estaban oyendo todo. Le eché por vergüenza ajena. Achaqué su conducta al alcohol, y así se lo sije a los nenes cuando me preguntaron por el suceso. Le defendí y excusé para que no pensaran que su padre era malo. Aunque le prohibiera subir a mi piso, esto se reprodujo varias veces, cada vez era peor, con cada incidente aumentaba la violencia de sus palabras.



Hasta que pensé en reclamarle la pensión alimenticia de los niños. Creí que de esa manera sufriría un electroshock, que se daría cuenta de su responsabilidad como padre y reaccionaría. Pero eso empeoró todo. Esa vez vino sereno, pero el tono de su voz era aterrador. Me dijo que antes de darme un céntimo vendría y me tiraría por la ventana.



Fui a la policía con la intención de denunciar. Hablé con la abogada y con la asistenta social. Todos me dijeron que mi deber era denunciar y seguir adelante con la reclamación de los derechos de mis hijos. Pero la ley le trataría como un criminal. No era lo que yo quería. Era el padre de mis hijos, no quería hacerle sufrir, tan sólo quería parar esta violencia que yo no me merecía.



Me dí cuenta de que ahora sí que yo era una víctima. Víctima de una acusaciones tendenciosas. Él había olvidado todo lo bueno, cuando yo prefería olvidar lo malo. Me acusó de haberle dejado cuando la decisión fue común. Mi único pecado fue no ceder a sus ruegos. No podía volver con él, ya no le quería, ya no nos queríamos. Su reacción se debía al terror que sufría de verse sólo, siempre fui yo la que llevé la gestión familiar, la que le empujé a hacer unos estudios, la que le ayudaba siempre a tomar decisiones. Y ya estaba cansada, yo también necesitaba que alguien cuidara de mi, y él nunca fue capaz.



Pero nunca me pegó, nunca me trató mal, no podía permitir que se dijera de él que era un maltratador por unos desafortunados encuentros. Así que fui a hablar con él. Volvimos a hablar de nuestra separación y le dije que retiraba la demanda si reconducía su actitud y responsabilidad para con nuestros hijos. Una vez más de dí un margen de tiempo.

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