Hoy disfruté de un día campestre con los niños y una pandilla de amigos. La salida fue improvisada, una ensalada fría de arroz, unas frutas, bebidas y la merienda.
En mi infancia, esas salidas se hacían todos los domingos, hiciera el tiempo que hiciera, siempre encontrábamos una solución para comer al aire libre, sin que nos molestara el sol o nos mojara la lluvia. Recuerdo sobretodo a la gente que estaba siempre presente, de los cuales más de la mitad falleció ya.
El mejor momento llega después de comer, cuando una se tumba al sol o a la sombra, en función de la temperatura, sobre una manta, y se relaja... Siempre me viene en mente un "esto es vida", mientras los niños corretean, los mayores se ponen a jugar con cualquier tipo de pelota, y otros se van a caminar por el monte. Disfruto de ese tiempo de relax, viendo las idas y venidas de todos, o, simplemente, abandonándome a mi misma en un sueño profundo. Mientras, observo los árboles, el olor a hierba fresca, las ajetreadas hormigas... todo tiene una razón de estar allí, sin unas cosas no se darían otras.
De regreso a casa, tenía que entregar los niños a su padre... de golpe, todo el placer se esfuma, dejando paso a unos nervios inexplicables que se apoderan de mi estómago. Por suerte hoy no me habló. Más bien estaba enfadado. Pero no se por qué mi estomago sigue raro...
domingo, 22 de junio de 2008
Comida campestre
Etiquetas:
fin de semana,
niños,
papás
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Es mejor quedarse con el recuerdo de ese día en el campo, que tanto gustan, y tanto relajan... ¿Qué tendrá el campo? jeje
Y deja que el adre siga a su rollo, tarde o temprano se dará cuenta que es peor para él... Y dile a esos nervios que se vayan ya lejos que no los quieres ni ver... :)
Besos guapa...
Publicar un comentario